Nacionalidad: Rusia (2011)
Director: Andrei Zvyagintsev
Guión: Oleg Negin
Elena y Vladimir son una pareja de diferente
condición social que se han conocido ya con una cierta edad. Vladimir tiene una
hija que ha decidido distanciarse de su padre y disfruta la vida en el día a
día, sin remordimientos ni expectativas de futuro. Por su parte, Elena tiene un
hijo en paro que no puede mantener a su familia. La acomodada relación entre
Elena y Vladimir sólo se ve enturbiada en las ocasiones que Elena le pide
dinero para su hijo, pues Vladimir se niega a ayudarle. Todo cambiará cuando éste
sufra un infarto y comunique a una contrariada Elena su decisión
testamentaria, despertando en ella unos sentimientos que hasta entonces no
había experimentado.
Crítica
Qué decir de esta película, salvo que estamos
hablando de cine con mayúsculas. Tras El
Regreso, anterior película de Zvyagintsev, muchas fueron las comparaciones
del director con el maestro Tarkovsky. Qué duda cabe que en muchas de las
secuencias de la cinta está implícita la herencia del artífice de Sacrificio,
Andrei Rublev o Solaris, entre otras. Ejemplos encontramos en la secuencia
inicial, donde la cámara fija se convierte en observadora serena y neutral de
un amanecer; o en la escena en la que la cámara observa desde fuera de la
cocina a una Elena absorta ante el programa televisivo hasta que Vladimir entra
en la estancia (recordando -salvando siempre las diferencias- a la escena de Sacrificio en la que los protagonistas observan
en el televisor la noticia del comienzo de la III Guerra Mundial mientras algunos
personajes van entrando y saliendo). No obstante, y pese a lo comentado, es
justo decir que cualquier legado que Tarkovsky hubiera dejado en la formación
académica de Zvyagintsev, habría quedado aquí ya asimilado bajo su firma y
sello personal.
La película es lenta, que no aburrida. Todo lo
contrario, pues la cámara pausada nos convierte en observadores, en voyeurs, de
la vida de los personajes, haciéndonos cómplices de pequeños, pero
significativos momentos de su vida. Así, asistimos minuciosamente a la
cotidianidad de su día a día. Nos despertamos y desayunamos con ellos, acompañamos
a Elena durante el largo trayecto hasta la casa de su hijo o pasamos una mañana
de gimnasio con Vladimir. Esta naturalidad nos acerca a los personajes, creando
un ambiente íntimo y de complicidad que favorece el desarrollo y comprensión de
los hechos. Es pausada, sí, pero también intensa. Zvyagintsev consigue dotar a la película de una atmósfera de
expectación nacida inicialmente de esa complicidad y aderezada con un
elemento discordante: las diferencias sociales y la interposición material del
dinero.
A este respecto, cabe decir que mucho se ha hablado de la analogía entre la contraposición de clases sociales de la película y la dualidad
comunismo-capitalismo. Así, el barrio donde vive el hijo de Elena vendría a
representar un comunismo decadente y abandonado que contrastaría con el acomodamiento
de la zona adinerada en la que vive Vladimir. Este contraste se manifiesta también desde
un punto de vista sociológico: la vacía relación entre Vladimir y su hija reflejaría
la deshumanización que produce el materialismo capitalista en comparación con la fraternidad
que desprende la familia de Elena. Se erige Elena, pues, como un nexo de
unión entre ambos mundos, un puente de lenta transición que deja patente la complicada,
por no decir utópica, conciliación de ambas naturalezas sociales.
Valoración personal: 7,5
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